« Home | Introduccion »

El libro de Eclesiastés muchas veces se considera como un libro que es difícil de entender. Pero como en toda la Bíblia, si entiendes ciertas enseñanzas básicas, ayuda para tener un mejor entendimiento de todo.
Este libro nos presenta con ciertas realidades, que constituyen la enseñanza básica de esta porción de la palabra de Dios.
La primera realidad es la realidad de la vanidad. Eclesiastés 1:2 dice: Vanidad de vanidades, dijo el Predicador; vanidad de vanidades, todo es vanidad. Todo va en un ciclo: Sale el sol, y se pone el sol, y se apresura a volver al lugar de donde se levanta (1:5). Todo lo que hizo el predicador fue vanidad (1:14). La alegría también es vanidad (2:1). La vida es inútil --no sirve. No importa lo que experimentas, lo que logras, al final de cuentas, todo es vanidad, debajo del sol (1:14).
Esto es cierto por la segunda realidad, la realidad de la muerte. Dice Eclesiastés 2:14: El sabio tiene sus ojos en su cabeza, mas el necio anda en tinieblas; pero también entendí yo que un mismo suceso acontecerá al uno como al otro. A todos nos viene el tiempo de nacer y el tiempo de morir (3:2). Todo debajo del sol es vanidad, entonces, porque nosotros no permanecemos para disfrutarlo. Puede ser que trabajamos y ahorramos mucho dinero --y el que viene despues de nosotros es un necio que lo desperdicia todo (2:18,19). No solamente esto, pero aún en esta vida muchas veces no disfrutamos del bien que tenemos (6:2). De hecho, las cosas de este mundo no nos pueden satisfacer (5:10). Dios ha puesto la eternidad en nuestros corazones (3:11); Dios ha hecho que vengan días de bien y días de mal, a fin de que el hombre nada halle después de él (7:14). Entonces lo que se hace, lo que se halla debajo del sol nunca pueden satisfacer al ser humano; el no permanece para disfrutarlas; ellas no permanecen para ser disfrutadas; aunque tengamos todo lo que el mundo ofrece no nos satisfece; no lo disfrutamos. Es imposible que las cosas de este mundo nos satisfagan, pues tenemos algo mayor en las corazones, allí Dios puzo una impresión de la eternidad. Este pensamiento nos trae a la tercera realidad, que es la realidad de Dios. Dios está fuera de esta sistema vana que conocemos y experimentamos. Dios es algo más allá de nosotros. Por tanto, cuando venimos a su casa deben ser pocas nuestras palabras: pues él está en el cielo, y nosotros sobre la tierra (5:1,2). Merece nuestra obediencia: El fin de todo el discurso oído es este: Teme a Dios, y guarda sus mandamientos; porque esto es el todo del hombre (12:13). Encontramos nuestro sentido, nuestra dirección, liberación de la vanidad, solamente en relación con Dios.
La realidad de Dios va en conjunto con la realidad del juicio (8:12, 11:9, 12:14). Y es la realidad solemne del juicio que nos indica que quizás es solamente 'debajo del sol' que todo es vanidad. Es decir, considerando al mundo sin tener en cuenta a Dios, es cierto que la vida y la muerte son vanas. No vale la pena vivir, pero tampoco vale la pena morir. Pero considerando la realidad de Dios, y le realidad de que Dios nos juzga por lo que hacemos, vemos que es solamente debajo del sol que todo es vanidad. Si alzamos nuestros ojos de este mundo, y vemos el mundo espiritual nos damos cuenta que lo que hacemos importa. Aunque sea de corto plazo en este mundo, si somos firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, podemos saber que nuestro trabajo en el Señor no es en vano (1a de Corintios 15:58). Pero es solamente en el Señor que nuestro trabajo no es en vano. Si vivimos sin Cristo, vivimos un desperdicio, una vanidad. Pero en Cristo hay sentido, propósito. Porque como dijo San Agustín: Nos has hecho por ti mismo, y nuestras corazones no descansan, hasta que descansan en tí. Por lo tanto,
Acuérdate de tu creador en los días de tu juventud, antes que vengan los días malos, y lleguen los años de los cuales digas: No tengo en ellos contentamiento; antes que se oscurezca el sol, y la luz, y la luna y las estrellas, y vuelvan las nubes tras la lluvia; cuando temblarán los guardas de la casa, y se encorvarán los hombres fuertes, y cesarán las muelas porque han disminuido, y se oscurecerán los que miran por las ventanas; y las puertas de afuera se cerrarán, por lo bajo del ruido de la muela; cuando se levantará a la voz del ave, y todas las hijas del canto serán abatidas; cuando también temerán de lo que es alto, y habrá terrores en el camino; y florecerá el almendro, y la langosta será una carga, y se perderá el apetito; porque el hombre va a su morada eterna, y los endechadores andarán alrededor por las calles; antes que la cadena de plata se quiebre, y se rompa el cuenco de oro, y el cántaro se quiebre junto a la fuente y la rueda sea rota sobre el pozo; y el polvo vuelva a la tierra, como era, y el espíritu vuelva a Dios que lo dio.

(12:1-7)