Wednesday, June 30, 2010

La Mortificación de lo Muerto

En el nuevo testamento hay varias afirmaciones que los creyentes han sido librados del pecado, que no pecan, y que son muertos al pecado. A la misma vez hay exhortaciones generales a la mortificación, a resistir el pecado, llamamientos al arrepentimiento, y muchas exhortaciones en contra de pecados específicos. Estas cosas no se contradicen, pero por falta de considerar a ambas clases de texto y de reconciliarlos adecuadamente, personas han caído en el error de pensar que un cristiano verdadero nunca o raramente comete pecado, y en el otro extremo otros han enseñado que depende totalmente de lo que el creyente hace si estará bajo el dominio del pecado o de la gracia. Para despachar esa última postura, basta notar que contiene un error intolerable, en que efectivamente quita la salvación de las manos de Cristo y lo deja en las nuestras, pues Cristo vino para salvarnos del pecado mismo, no tan solamente de sus consecuencias: si nosotros nos salvamos por nuestra conquista de la naturaleza pecaminosa, ya tenemos en qué gloriarnos, y eso contradice todo el plan de Dios (Romanos 3:27).

Se podría decir que cada texto que habla del arrepentimiento, o que expresa o implica un mandamiento tiene relevancia, pero los textos más importantes para esta discusión se hayan principalmente en las cartas de Pablo. Para entender el tema es necesario considerar: Romanos 6:1-14; Romanos 8:1-13; Gálatas 5:16-25 y 6:14; Efesios 5:20-24; Colosenses 3:3-11.

Desde un principio, hay que notar que la enseñanza perfeccionista, que un cristiana verdadero nunca o rara vez peca simplemente no concuerda con la Biblia (1a de Reyes 8:46; Ecclesiastés 7:20) ni con la experiencia cristiana (Salmo 19:12). En Santiago 3:2 un apóstol inspirado afirma que en muchas cosas todos ofendemos. Y hay que observar que se incluye a sí mismo: un cristiano del más alto plano espiritual y de máxima eminencia en la iglesia admite que él ofende en muchas cosas. Lo mismo se ve en el apóstol Pablo, quien en Romanos 7:13-24 explica el conflicto que seguía teniendo contra el pecado, lamentándose que hacia lo que no quería. Y que esto no es solamente la experiencia de Pablo, sino algo que experimenta cada creyente se puede aprender del principio que Pablo afirma en Gálatas 5:17, que en los creyentes hay un conflicto entre carne y espíritu. Cristo mismo nos enseña que el cristiano peca con frecuencia (que para nada es lo mismo que aprobar eso o desanimarnos para la batalla) en la oración que nos dió conocido como el Padre Nuestro. Una de las peticiones de esa oración es que Dios nos perdone nuestras pecados (Lucas 11:4). En ese breve resumen de la oración Cristo incluye lo que nos afecta constantemente: la gloria de Dios, el éxito de su reino, nuestras necesidades diarias, y el peligro de la tentación: incluído en esa breve lista está el perdón de pecados: es una manifestación fuertísima que constantemente nos vemos en necesidad de obtener perdón, pues pecamos en pensamiento, palabra y hecho, haciendo cosas indebidas y dejando de hacer cosas exigidas, y eso diariamente. ¿Entonces qué de un texto como 1a de Juan 3:6-9 que afirma que el que permanece en él no peca? Será necesario regresar a este tema, pero por el momento hay que notar que el mismo Juan un poquito antes había dicho, Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros (1a de Juan 1:8). Tenemos que entender los dos textos en una manera que no sea contradiciente; y eso hace aparente que la enseñanza perfeccionista no concuerda con la Escritura, y de hecho es el auto engaño de alguien quien no tiene la verdad, pues el que no ve su pecado no comprende su necesidad de Cristo (Lucas 5:31,32). La única manera de decir que no tenemos pecado es recortando la ley de Dios para que no se extienda a lo que somos y pensamos, tanto a lo que decimos y hacemos: ¡la ironía es que esa interpretación falsa de la ley es en sí un pecado! El mismo hecho de afirmar que no tengo pecado es otro pecado más que agrego a la cuenta. Cuando se entiende correctamente la ley de Dios, que es espiritual, que extiende hasta lo interior cada persona quien no se ha engañado ya verá que diariamente ofende en contra de esa ley por sus pensamientos y deseos y motivaciones, y por lo que deja sin hacer. Aún en lo que hacemos de buenas obras viene contaminado con pecado, pues nuestras motivaciones y manera de proceder no llegan a la perfección que Dios exige.
La segunda cosa para plantear es, como ya se mencionó, que el dicho que somos muertos y el mandamiento de dar muerte a nuestros miembros no se contradicen. Eso se ve muy claramente en que los pasajes señalados de las epístolas de Pablo contienen ambas afirmaciones. Si Gálatas 5:24 dice que hemos crucificado la carne, Gálatas 5:17 dice que el Espíritu y la carne se oponen: las dos afirmaciones forman parte del mismo argumento, vienen en el mismo contexto, y nadie quien cree en la inteligencia de Pablo, sin siquiera mencionar la inspiración del Espíritu Santo, podría creer que se contradijo en la misma hoja. Lo mismo se ve en Romanos 6:6,12; Colosenses 3:3,5; Romanos 8:10,13: las dos cosas van estrechamente ligadas.

Entonces lo que resta es buscar una interpretación de ambas afirmaciones que satisfaga los requisitos del lenguaje ocupado por el Espíritu Santo, y que quede con el resto de la enseñanza Bíblica. Cuando tal interpretación sea hallada, se verá que también concuerda con la experiencia cristiana, puesto que es imposible que la escritura sea invalidada. El análisis de todos los textos mencionados resultaría en una discusión muy extensa, entonces solamente se ofrecerá la conclusión, en la esperanza que cuando el lector la compare con los textos señalados se manifestará como verdadera por so acuerdo a la palabra de Dios.

Romanos 6:2 toma por hecho la muerte al pecado, y lo presenta como motivo para no vivir en el pecado. Es obvio que la muerte al pecado no es lo mismo que eliminar toda posibilidad del pecado. Si fuera así, Pablo desperdiciaría sus esfuerzos al exhortar a los romanos a considerarse muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro. No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que lo obedezcáis en sus concupiscencias; ni tampoco presentéis vuestros miembros al pecado como instrumentos de iniquidad, sino presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia (Romanos 6:11-13). ¿Pero si el pecado sigue presente con el creyente, en qué sentido se puede decir que ha muerto al pecado?
1. El creyente ha muerto al pecado legalmente, en que su relación con el pecado ha sido disuelto: ya no le queda condenación, y tiene una justicia perfecta (Romanos 5:19; 6:7,14; 8:1).
2. El creyente ha muerto al pecado simbolicamente, en el bautismo (Romanos 6:3,4).
3. El creyente ha muerto al pecado representativamente, por su unión con Cristo. El bautismo en Cristo Jesús expresa la unión del creyente con su Señor, y como Cristo murió al pecado y resucitó, en él el creyente también lo ha hecho (Romanos 6:5,8-10).
4. El creyente ha muerto al pecado virtualmente, porque su muerte al pecado y resurrección tanta física como moral han sido logradas por virtud de la obra de Cristo (Romanos 6:4,5).
5. El creyente ha muerto al pecado dispositivamente, en que su disposición ha sido cambiada de conformarse al pecado a oponerlo (Romanos 6:2,12; 7:22,23,25). El cambió de disposición ha dado un golpe mortal al pecado que dominaba al creyente antes de su conversión.
6. El creyente ha muerto al pecado incoadamente, en que el dominio del pecado ha sido destruido (Romanos 6:6,14,17).

Entonces lo que resta al creyente es llevar acabo, por el poder del Espíritu Santo (Romanos 8:13), lo que ya ha sido comenzado. Quizás esto sea indicado por el mero hecho que habla de la crucifixión del pecado (Romanos 6:6, Gálatas 5:24): una persona crucificada no muere inmediatamente, sino poco a poco. Pero mientras queda en la cruz, su muerte es asegurada. Pero no hay que alimentarlo (Romanos 13:14), y no hay que vacilar en el propósito de matarlo: de hecho, el creyente verdadero no se dará por vencido en esta batalla. Sin embargo, la batalla será constante hasta que muera: pues se encontrará en este cuerpo de muerte (Romanos 7:24) hasta la muerte del cuerpo. No es para sugerir que el hecho de tener cuerpo sea malo, sino que es mayormente por la instrumentalidad de las pasiones corporales que el pecado encuentra cualquier vigor para oponer el reino de la gracia.
Esta enseñanza acerca de la mortificación es solamente una parte de la doctrina más general de la santificación. La Confesión de Fe de Westminster, en su capítulo 13, se dirige al tema de la santificación, y da una explicación breve pero profunda.

I. Aquellos que son llamados eficazmente y regenerados, teniendo creados un nuevo corazón y un nuevo espíritu en ellos, son además santificados real y personalmente por medio de la virtud de la muerte y la resurrección de Cristo, por su Palabra y Espíritu que mora en ellos; el dominio del pecado sobre el cuerpo entero es destruido, y las diversas concupiscencia de él son debilitadas y mortificadas más y más, y los llamados son más y más fortalecidos y vivificados en todas las gracias salvadoras, para la práctica de la verdadera santidad, sin la cual ningún hombre verá al Señor.

II. Esta santificación es entera, en el hombre total; aunque incompleta en esta vida, permaneciendo aún algunos remanentes de corrupción an cada parte, de donde surge una continua e irreconciliable batalla; la carne luchando contra el Espíritu, y el Espíritu contra la carne.

III. En dicha batalla, aunque la corrupción que aún queda puede prevalecer mucho por algún tiempo, sin embargo, a través del continuo suministro de fuerza de parte del Espíritu Santificador de Cristo, la parte regenerada triunfa: y así crecen en gracia los santos, perfeccionando la santidad en el temor de Dios.

La mortificación es necesaria, indispensable; sin la mortificación del pecado, nadie irá al cielo: pero las condiciones para que esa mortificación sea exitosa ya han sido creadas, el golpe mortal ya se dio, y el Señor Jesucristo por su Espíritu y su palabra provee, de las riquezas insondeables de su persona y obra, fuerza al creyente para renovar su batalla contra el pecado que mora en él (Romanos 7:17), hasta que sea renovado en conocimiento pleno (Colosenses 3:10). La senda de los justos es como la luz de la aurora, que va en aumento hasta que el día es perfecto (Proverbios 4:18): el día todavía no es perfecto, pero el creyenta va bien encaminado, suplido con todo lo necesario para el viaje, guíado y fortalecido por el Espíritu Santo, protegido y preservado por el Señor Jesús, y su llegada es asegurada.

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Sunday, June 06, 2010

Una Oración Ferviente

Las oraciones que Dios mismo ha inspirado en su palabra nos deben guiar y gobernar en nuestras oraciones. Nos proveen de palabras para usar en la oración, si unimos nuestros corazones a su sentido, y nos dan verdades profundades para meditar. Aquí hay una oración sencilla, pero profunda:

Salmo 119:132,133
Mírame, y ten misericordia de mí,
Como acostumbras con los que aman tu nombre.
Ordena mis pasos con tu palabra,
Y ninguna iniquidad se enseñoree de mí.

Para decir solamente lo obvio, debemos notar para animarnos a orar que Dios suele tener misericordia de los que aman su nombre. Es su hábito ser clemente a los que se deleitan en lo que él ha manifestado de sí mismo. ¿Te llena de admiración que Dios sea trino - que en la unidad de la deidad existan tres personas distintas, pero solamente un Dios? ¿Regocijas en el hecho que Dios se declara como el Dios de amor y paz? Entonces puedes esperar que te tendrá misericordia, no porque lo ganaste con tu reconocimiento de la verdad (pues ese reconocimiento que tienes es en sí un don misericordioso que Dios te dio), sino porque donde Dios comienza a tener misericordia es su costumbre continuar derramándolo.
Luego notamos que el señorío de la iniquidad es lo que aquellos que aman al nombre de Dios temen. Si yo me llamo por el nombre de Dios, si digo que soy de su pueblo, entonces me debe dar miedo el pensamiento de servir a un maestro ajeno, que algún pecado se vuelva mi señor. Pero notemos también esto: es Dios, nuestro Señor, quien nos defiende de la esclavitud del pecado: el salmista va a Dios y le pido su ayuda en ser leal, su apoyo en no traicionarle rindiendo obediencia a la iniquidad. Y la manera en que espera esa preservación, lo que anticipa que Dios ocupará como medio para preservarle, es la palabra de Dios. Cuando Dios ordena nuestros pasos de acuerdo a su palabra, la iniquidad no se enseñorea de nosotros, pues la palabra de Dios no exige ni aprueba nada excepto la santidad perfecta.
Y esa es la misericordia que debemos anhelar, y que podemos confiadamente pedir: que Dios nos haga vivir conforme a su palabra, que rompa el dominio del pecado e inscriba su ley en nuestros corazones. Si sabes que necesitas misericordia: si temes que el pecado se te ensoñoree: si estás conciente de la lucha continua contra la iniquidad, Dios ha hecho provision por ti en estas palabras: provisión en la forma de esperanza y ánimo para que sigas adelante, y también en la forma de instrucción, sabiduría, y aún de palabras para usar en la oración, para que entiendas la batalla y sepas como buscar la victoria sobre el pecado de la mano de Dios.

About me

  • Ruben
  • D.F., Mexico
  • Soy un cristiano, dedicado a la teología reformada, como la mejor expresión de la enseñanza de la Bíblia, y por lo tanto el sistema teológico que más glorifica a Dios. No soy yo quien aparece en la foto en mi perfil. Pero me gusta como se ve de todos modos.
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