Wednesday, August 31, 2011

La Soberanía de Dios

Pulsando aquí, es posible ver el artículo completo, pero quise poner aquí unos párrafos sobresalientes. El autor es un teólogo francés, Auguste Lecerf.





El carácter específico de la concepción calvinista de la soberanía de Dios consiste en esto: que Dios es reconocido como perfectamente independiente de todo lo que no es Él y como ejerciendo el señorío supremo en todos los ámbitos y sobre todas las cosas.

Para ser independiente y soberano, se tiene que ser. Decimos que Dios es, en grado supremo, independiente y soberano en su ser. Él es el ser a se, por sí. No que Él haya sido causado antes de ser, como lo quería Plotino: Dios no tiene evolución; Él es eterno e inmutable en su ser. Pero es soberano en su ser porque Él mismo es esencialmente el Ser; el único que es, en el sentido riguroso del término, y que no tiene necesidad de apoyarse en nada para ser. Plenitud de ser, se posee a sí mismo en toda la inmutabilidad de su perfección.

Por esta razón queda descartada la posibilidad de todo panteísmo evolucionista, y
también de todo panteísmo monista, porque un abismo lógico es abierto entre el Ser absolutamente independiente y la criatura, siempre esencialmente dependiente.

Pero no es sólo en el orden real que Dios es independiente y soberano en su ser. También es en el orden del pensamiento. La razón no puede obtener a Dios por sus propios recursos. Ella no puede constituir, por su parte, una idea de Dios que sea otra cosa que un fantasma. Dios no puede ser puesto en el pensamiento creado más que por Dios, por una revelación en nosotros, en el mundo y en su Palabra. Toda idea
de Dios que no es sacada de la enseñanza de la Palabra de Dios y que no es
causada por la gracia de Dios es un sueño vacío.

Tuesday, August 31, 2010

Salterio de Ginebra

Hoy vi la noticia alegre que el Salterio de Gínebra ya está a la venta.

Pueden leer el anuncio en el excelente blog, Westminster Hoy.

Y pueden comprar el Salterio de Publicaciones Faro de Gracia.

Esto es un evento importante y de gran gozo. Como se mencionó anteriormente, la iglesia hispanoparlante nunca ha tenido un Salterio completo. Hay mucho que se podría decir acerca de la importancia de cantar los Salmos, y de los beneficios en darnos una manera de expresar con confianza y piedad todo el rango de sentimiento humano ante nuestro Dios; pero por el momento quisiera subrayar solamente su importancia para nuestra conformidad a Cristo.

Nuestra adoración tiene mucho que ver con la formación de nuestro carácter. Es decir que lo que hacemos en el culto, entre otras cosas, afecta nuestro progreso en la santificación. Y la santificación tiene que ver con que nos vistamos de Cristo, que tengamos su mente, que seamos como él (Romanos 13:14; Filipenses 2:5; 1a de Juan 3:2,3). Y por eso es importante que cantemos los Salmos. Por una cosa, la historia nos cuenta que Cristo cantó los salmos: cuando Mateo 26:30 dice que cantó un himno, probablemente se refiere a los Salmos 113-118, que se solían cantar en la cena de la pascua. Y Hebreos 2:12 nos indica que Cristo canta en medio de la congregación, en una frase tomada del Salmo 22:22. Entonces si seguimos el ejemplo de Cristo, cantamos los Salmos.
Pero en un nivel más profundo, cantamos los Salmos no solamente para imitar a Cristo en el contenido de lo que cantaba, sino además para tener su carácter formado en nosotros. Los Salmos hablan de Cristo (como él mismo dijo en Lucas 24:44,45) y nos dan una ventana al corazón de Cristo: son sus palabras, y es por eso que tantas veces en el nuevo testamento las palabras de los Salmos son aplicadas a Cristo (por ejemplo, Salmo 2:7 con Hechos 13:33), son ocupadas por Cristo mismo como adecuadas para sus sentimientos y experiencia (por ejemplo, Salmo 31:5 con Lucas 23:46), o son repetidas como las palabras de Cristo mismo (por ejemplo, Salmo 40:6-8 con Hebreos 10:5). Al cantar los Salmos estamos imitando a Cristo no solamente en el acto formal de cantar, sino también en lo que estamos expresando y orando. Y de esa manera, con la bendición de Dios, somos formados según la imagen del ser humano completo y perfecto, el Señor Jesús. El Espíritu Santo puede ocupar nuestra unión de nuestras mentes, corazones y voces a lo que él dijo y sintió en nuestro cántico, para cambiarnos a ser más como Cristo en nuestra forma de pensar y sentir. Es decir que de los Salmos podemos aprender a orar, llorar, regocijar, aguantar, esperar, amar, odiar, maldecir, perdonar y perseverar de nuestro Señor. ¿Por qué no los cantaríamos todos?

Ahora, por la gracia de Dios, tenemos esa posibilidad. Aprovechemos de los labores de nuestro hermano Jorge Ruiz con agradecimiento a Dios por esta nueva bendición inmerecida.

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Saturday, July 31, 2010

Hebreos 3, Pregunta 18

18. En los vv.7,13,15 el autor de Hebreos se refiere al Salmo 95:7, dando énfasis especial a la palabra “hoy”. ¿Por qué tiene tanta importancia esa palabra?
Porque habla siempre del presente. La llamada a escuchar al Espíritu Santo no es algo que era válida para ese entonces, pero que ya expiró. No es posible limitar el tomar cuidado de nuestros corazones que no sean endurecidos al pasado, como si ya no hay peligro. Al contrario, esta llamada a escuchar, a tener corazones tiernos y sensibles, siempre es contemporánea.
A la misma vez, se debe notar que "hoy" no es ayer, pero tampoco es mañana. Si una llamada al arrepentimiento no se puede limitar al pasado, tampoco se puede tomar por hecho que la oportunidad para el arrepentimiento existirá en el futuro. Hoy, en el presente, ahora mismo es nuestro deber escuchar; y si hoy endurezco mi corazón, no hay garantía que mañana podré cambiar de opinión. Esto se ve en lo que dice el v.13, exhortaos los unos a los otros cada día, entre tanto que se dice: Hoy.... No siempre se dirá, Hoy; el futuro se acerca, y la puerta cerrará; pero hasta ese punto, esta palabra nos llega con una urgencia y relevancia constante.
Y eso nos lleva a decir entonces que la palabra de Dios es siempre relevante. No es que siempre esté de moda, por supuesto, pues ha pasado por etapas cuando es muy desconocida: pero que el cambio de moda no afecta su autoridad, su importancia, su superioridad a todo lo que es meramente al día. Las idiomas originales de la Biblia son idiomas antiguas: las normas culturales que vemos en sus relatos nos son extraños: estamos divididos de aún las partes más recientes de la Biblia por un golfo vasto de tiempo. Y sin embargo, la Biblia habla con una urgencia, una relevancia, una sabiduría que hace somero y despreciable todo el conocimiento contemporáneo. La palabra de Dios, aunque no esté de moda, se dirige a nuestra vida actual con una profunda claridad.
Y podemos tomar ese punto general, que la Biblia siempre habla a nuestro presente con suma relevancia, y ver la gran similaridad que existe en todas las etapas en cuanto a la posición y experiencia espiritual del pueblo visible de Dios. A eso se dirigió el Salmo 95. Hablando a personas que poseían la tierra prometida, les advirtió que no endurecieran su corazón ante la voz de Dios, como hicieron los israelitas quienes no pudieron entrar en esa tierra por su incredulidad. Aunque David nació y fue críado y por fin reinó sobre esa tierra prometida, ve que todavía hay peligro de no entrar en el descanso de Dios, de endurecer nuestros corazones y fracasar en un sentido espiritual. Y Hebreos repite esas palabras como necesarias para nosotros, aunque había intervenido un cambio más grande que la posesión de Canaan, es decir, la venida de Cristo. Mucho cambió con el nacimiento, muerte y resurrección de Jesús: la ley ceremonial fue abolida, la ley civil expiró poco después, hubo grandes cambios en la organización del reino de Dios: pero sin embargo, cristianos también necesitan escuchar esa exhortación. El pecado sigue siendo engañoso: el peligro de endurecer nuestros corazones sigue vigente. No ha llegado la consumación: y entonces nosotros, hoy, debemos escuchar la voz del Espíritu Santo. Habla en la sagrada escritura, y nos anima, nos corrige, nos instruye, nos consuela. Sea nuestra resolución la del Salmista: Escucharé lo que hablará Jehová Dios; porque hablará paz a su pueblo y a sus santos, para que no se vuelvan a la locura (Salmo 85:8).

Wednesday, June 30, 2010

La Mortificación de lo Muerto

En el nuevo testamento hay varias afirmaciones que los creyentes han sido librados del pecado, que no pecan, y que son muertos al pecado. A la misma vez hay exhortaciones generales a la mortificación, a resistir el pecado, llamamientos al arrepentimiento, y muchas exhortaciones en contra de pecados específicos. Estas cosas no se contradicen, pero por falta de considerar a ambas clases de texto y de reconciliarlos adecuadamente, personas han caído en el error de pensar que un cristiano verdadero nunca o raramente comete pecado, y en el otro extremo otros han enseñado que depende totalmente de lo que el creyente hace si estará bajo el dominio del pecado o de la gracia. Para despachar esa última postura, basta notar que contiene un error intolerable, en que efectivamente quita la salvación de las manos de Cristo y lo deja en las nuestras, pues Cristo vino para salvarnos del pecado mismo, no tan solamente de sus consecuencias: si nosotros nos salvamos por nuestra conquista de la naturaleza pecaminosa, ya tenemos en qué gloriarnos, y eso contradice todo el plan de Dios (Romanos 3:27).

Se podría decir que cada texto que habla del arrepentimiento, o que expresa o implica un mandamiento tiene relevancia, pero los textos más importantes para esta discusión se hayan principalmente en las cartas de Pablo. Para entender el tema es necesario considerar: Romanos 6:1-14; Romanos 8:1-13; Gálatas 5:16-25 y 6:14; Efesios 5:20-24; Colosenses 3:3-11.

Desde un principio, hay que notar que la enseñanza perfeccionista, que un cristiana verdadero nunca o rara vez peca simplemente no concuerda con la Biblia (1a de Reyes 8:46; Ecclesiastés 7:20) ni con la experiencia cristiana (Salmo 19:12). En Santiago 3:2 un apóstol inspirado afirma que en muchas cosas todos ofendemos. Y hay que observar que se incluye a sí mismo: un cristiano del más alto plano espiritual y de máxima eminencia en la iglesia admite que él ofende en muchas cosas. Lo mismo se ve en el apóstol Pablo, quien en Romanos 7:13-24 explica el conflicto que seguía teniendo contra el pecado, lamentándose que hacia lo que no quería. Y que esto no es solamente la experiencia de Pablo, sino algo que experimenta cada creyente se puede aprender del principio que Pablo afirma en Gálatas 5:17, que en los creyentes hay un conflicto entre carne y espíritu. Cristo mismo nos enseña que el cristiano peca con frecuencia (que para nada es lo mismo que aprobar eso o desanimarnos para la batalla) en la oración que nos dió conocido como el Padre Nuestro. Una de las peticiones de esa oración es que Dios nos perdone nuestras pecados (Lucas 11:4). En ese breve resumen de la oración Cristo incluye lo que nos afecta constantemente: la gloria de Dios, el éxito de su reino, nuestras necesidades diarias, y el peligro de la tentación: incluído en esa breve lista está el perdón de pecados: es una manifestación fuertísima que constantemente nos vemos en necesidad de obtener perdón, pues pecamos en pensamiento, palabra y hecho, haciendo cosas indebidas y dejando de hacer cosas exigidas, y eso diariamente. ¿Entonces qué de un texto como 1a de Juan 3:6-9 que afirma que el que permanece en él no peca? Será necesario regresar a este tema, pero por el momento hay que notar que el mismo Juan un poquito antes había dicho, Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros (1a de Juan 1:8). Tenemos que entender los dos textos en una manera que no sea contradiciente; y eso hace aparente que la enseñanza perfeccionista no concuerda con la Escritura, y de hecho es el auto engaño de alguien quien no tiene la verdad, pues el que no ve su pecado no comprende su necesidad de Cristo (Lucas 5:31,32). La única manera de decir que no tenemos pecado es recortando la ley de Dios para que no se extienda a lo que somos y pensamos, tanto a lo que decimos y hacemos: ¡la ironía es que esa interpretación falsa de la ley es en sí un pecado! El mismo hecho de afirmar que no tengo pecado es otro pecado más que agrego a la cuenta. Cuando se entiende correctamente la ley de Dios, que es espiritual, que extiende hasta lo interior cada persona quien no se ha engañado ya verá que diariamente ofende en contra de esa ley por sus pensamientos y deseos y motivaciones, y por lo que deja sin hacer. Aún en lo que hacemos de buenas obras viene contaminado con pecado, pues nuestras motivaciones y manera de proceder no llegan a la perfección que Dios exige.
La segunda cosa para plantear es, como ya se mencionó, que el dicho que somos muertos y el mandamiento de dar muerte a nuestros miembros no se contradicen. Eso se ve muy claramente en que los pasajes señalados de las epístolas de Pablo contienen ambas afirmaciones. Si Gálatas 5:24 dice que hemos crucificado la carne, Gálatas 5:17 dice que el Espíritu y la carne se oponen: las dos afirmaciones forman parte del mismo argumento, vienen en el mismo contexto, y nadie quien cree en la inteligencia de Pablo, sin siquiera mencionar la inspiración del Espíritu Santo, podría creer que se contradijo en la misma hoja. Lo mismo se ve en Romanos 6:6,12; Colosenses 3:3,5; Romanos 8:10,13: las dos cosas van estrechamente ligadas.

Entonces lo que resta es buscar una interpretación de ambas afirmaciones que satisfaga los requisitos del lenguaje ocupado por el Espíritu Santo, y que quede con el resto de la enseñanza Bíblica. Cuando tal interpretación sea hallada, se verá que también concuerda con la experiencia cristiana, puesto que es imposible que la escritura sea invalidada. El análisis de todos los textos mencionados resultaría en una discusión muy extensa, entonces solamente se ofrecerá la conclusión, en la esperanza que cuando el lector la compare con los textos señalados se manifestará como verdadera por so acuerdo a la palabra de Dios.

Romanos 6:2 toma por hecho la muerte al pecado, y lo presenta como motivo para no vivir en el pecado. Es obvio que la muerte al pecado no es lo mismo que eliminar toda posibilidad del pecado. Si fuera así, Pablo desperdiciaría sus esfuerzos al exhortar a los romanos a considerarse muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro. No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que lo obedezcáis en sus concupiscencias; ni tampoco presentéis vuestros miembros al pecado como instrumentos de iniquidad, sino presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia (Romanos 6:11-13). ¿Pero si el pecado sigue presente con el creyente, en qué sentido se puede decir que ha muerto al pecado?
1. El creyente ha muerto al pecado legalmente, en que su relación con el pecado ha sido disuelto: ya no le queda condenación, y tiene una justicia perfecta (Romanos 5:19; 6:7,14; 8:1).
2. El creyente ha muerto al pecado simbolicamente, en el bautismo (Romanos 6:3,4).
3. El creyente ha muerto al pecado representativamente, por su unión con Cristo. El bautismo en Cristo Jesús expresa la unión del creyente con su Señor, y como Cristo murió al pecado y resucitó, en él el creyente también lo ha hecho (Romanos 6:5,8-10).
4. El creyente ha muerto al pecado virtualmente, porque su muerte al pecado y resurrección tanta física como moral han sido logradas por virtud de la obra de Cristo (Romanos 6:4,5).
5. El creyente ha muerto al pecado dispositivamente, en que su disposición ha sido cambiada de conformarse al pecado a oponerlo (Romanos 6:2,12; 7:22,23,25). El cambió de disposición ha dado un golpe mortal al pecado que dominaba al creyente antes de su conversión.
6. El creyente ha muerto al pecado incoadamente, en que el dominio del pecado ha sido destruido (Romanos 6:6,14,17).

Entonces lo que resta al creyente es llevar acabo, por el poder del Espíritu Santo (Romanos 8:13), lo que ya ha sido comenzado. Quizás esto sea indicado por el mero hecho que habla de la crucifixión del pecado (Romanos 6:6, Gálatas 5:24): una persona crucificada no muere inmediatamente, sino poco a poco. Pero mientras queda en la cruz, su muerte es asegurada. Pero no hay que alimentarlo (Romanos 13:14), y no hay que vacilar en el propósito de matarlo: de hecho, el creyente verdadero no se dará por vencido en esta batalla. Sin embargo, la batalla será constante hasta que muera: pues se encontrará en este cuerpo de muerte (Romanos 7:24) hasta la muerte del cuerpo. No es para sugerir que el hecho de tener cuerpo sea malo, sino que es mayormente por la instrumentalidad de las pasiones corporales que el pecado encuentra cualquier vigor para oponer el reino de la gracia.
Esta enseñanza acerca de la mortificación es solamente una parte de la doctrina más general de la santificación. La Confesión de Fe de Westminster, en su capítulo 13, se dirige al tema de la santificación, y da una explicación breve pero profunda.

I. Aquellos que son llamados eficazmente y regenerados, teniendo creados un nuevo corazón y un nuevo espíritu en ellos, son además santificados real y personalmente por medio de la virtud de la muerte y la resurrección de Cristo, por su Palabra y Espíritu que mora en ellos; el dominio del pecado sobre el cuerpo entero es destruido, y las diversas concupiscencia de él son debilitadas y mortificadas más y más, y los llamados son más y más fortalecidos y vivificados en todas las gracias salvadoras, para la práctica de la verdadera santidad, sin la cual ningún hombre verá al Señor.

II. Esta santificación es entera, en el hombre total; aunque incompleta en esta vida, permaneciendo aún algunos remanentes de corrupción an cada parte, de donde surge una continua e irreconciliable batalla; la carne luchando contra el Espíritu, y el Espíritu contra la carne.

III. En dicha batalla, aunque la corrupción que aún queda puede prevalecer mucho por algún tiempo, sin embargo, a través del continuo suministro de fuerza de parte del Espíritu Santificador de Cristo, la parte regenerada triunfa: y así crecen en gracia los santos, perfeccionando la santidad en el temor de Dios.

La mortificación es necesaria, indispensable; sin la mortificación del pecado, nadie irá al cielo: pero las condiciones para que esa mortificación sea exitosa ya han sido creadas, el golpe mortal ya se dio, y el Señor Jesucristo por su Espíritu y su palabra provee, de las riquezas insondeables de su persona y obra, fuerza al creyente para renovar su batalla contra el pecado que mora en él (Romanos 7:17), hasta que sea renovado en conocimiento pleno (Colosenses 3:10). La senda de los justos es como la luz de la aurora, que va en aumento hasta que el día es perfecto (Proverbios 4:18): el día todavía no es perfecto, pero el creyenta va bien encaminado, suplido con todo lo necesario para el viaje, guíado y fortalecido por el Espíritu Santo, protegido y preservado por el Señor Jesús, y su llegada es asegurada.

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Sunday, June 06, 2010

Una Oración Ferviente

Las oraciones que Dios mismo ha inspirado en su palabra nos deben guiar y gobernar en nuestras oraciones. Nos proveen de palabras para usar en la oración, si unimos nuestros corazones a su sentido, y nos dan verdades profundades para meditar. Aquí hay una oración sencilla, pero profunda:

Salmo 119:132,133
Mírame, y ten misericordia de mí,
Como acostumbras con los que aman tu nombre.
Ordena mis pasos con tu palabra,
Y ninguna iniquidad se enseñoree de mí.

Para decir solamente lo obvio, debemos notar para animarnos a orar que Dios suele tener misericordia de los que aman su nombre. Es su hábito ser clemente a los que se deleitan en lo que él ha manifestado de sí mismo. ¿Te llena de admiración que Dios sea trino - que en la unidad de la deidad existan tres personas distintas, pero solamente un Dios? ¿Regocijas en el hecho que Dios se declara como el Dios de amor y paz? Entonces puedes esperar que te tendrá misericordia, no porque lo ganaste con tu reconocimiento de la verdad (pues ese reconocimiento que tienes es en sí un don misericordioso que Dios te dio), sino porque donde Dios comienza a tener misericordia es su costumbre continuar derramándolo.
Luego notamos que el señorío de la iniquidad es lo que aquellos que aman al nombre de Dios temen. Si yo me llamo por el nombre de Dios, si digo que soy de su pueblo, entonces me debe dar miedo el pensamiento de servir a un maestro ajeno, que algún pecado se vuelva mi señor. Pero notemos también esto: es Dios, nuestro Señor, quien nos defiende de la esclavitud del pecado: el salmista va a Dios y le pido su ayuda en ser leal, su apoyo en no traicionarle rindiendo obediencia a la iniquidad. Y la manera en que espera esa preservación, lo que anticipa que Dios ocupará como medio para preservarle, es la palabra de Dios. Cuando Dios ordena nuestros pasos de acuerdo a su palabra, la iniquidad no se enseñorea de nosotros, pues la palabra de Dios no exige ni aprueba nada excepto la santidad perfecta.
Y esa es la misericordia que debemos anhelar, y que podemos confiadamente pedir: que Dios nos haga vivir conforme a su palabra, que rompa el dominio del pecado e inscriba su ley en nuestros corazones. Si sabes que necesitas misericordia: si temes que el pecado se te ensoñoree: si estás conciente de la lucha continua contra la iniquidad, Dios ha hecho provision por ti en estas palabras: provisión en la forma de esperanza y ánimo para que sigas adelante, y también en la forma de instrucción, sabiduría, y aún de palabras para usar en la oración, para que entiendas la batalla y sepas como buscar la victoria sobre el pecado de la mano de Dios.

Saturday, May 01, 2010

Hebreos 3, Pregunta 17

17. ¿Qué significa ser hechos participantes de Cristo?

Esta pregunta se toma del v.14: Porque somos hechos participantes de Cristo, con tal que retengamos firme hasta el fin nuestra confianza del principio.

La traducción podría dejarnos con la duda de si ya hemos sido hechos participantes de Cristo, o si es algo que es para el futuro, bajo la condición que retengamos firme nuestra confianza hasta el fin. Según el gran teólogo inglés, John Owen, las palabras originales necesariamente requieren el sentido que ya somos participantes de Cristo, y que esto se manifiesta y comprueba por retener esta confianza. No quiero hablar minuciosamente de las palabras, pero sin duda la analogía de la Escritura nos lleva a pensar que Owen tiene razón, pues el nuevo testamento presenta participación con Cristo como una realidad presente (1a de Corintios 1:30; 3:23; 6:15,19,20; 2a de Corintios 5:17). Entonces pregutamos ¿Qué significa ser hechos participanted de Cristo? con el entendimiento que hablamos de algo que es la posesión actual de los creyentes.

Esta frase nos dirige a la gran doctrina de unión con Cristo. Esa doctrina es un tema fundamental de la Biblia, con raizes muy extensas en ambos testamentos. Se nos presenta en el nuevo testamento, por ejemplo, en las figuras de Cristo como novio y la iglesia como esposa (Efesios 5:22-32), como cabeza y cuerpo (Colosenses 1:17-20) y del edificio y su fundamento (Efesios 2:19-22; 1a de Pedro 2: 4,5). Se puede hablar de dos aspectos de esta unión: hay una unión legal o federal, establecida por un pacto, que resulta en una identidad legal y una comunidad de posesiones; y hay una unión vital o mística, por comunión en el mismo Espíritu que resulta en una conformidad moral.

Para brevemente exponer esto, vamos a notar simplemente que ser hechos participantes de Cristo significa que compartimos con él: existe tal compañerismo y comunión entre Cristo y el creyente que Juan puede decir, de su plenitud tomamos todos (Juan 1:16). De esa plenitud recibimos toda bendición espiritual (Efesios 1:3), pero resalto solamente estos tres:

  1. Participamos en la justicia de Cristo. Dicho de otra manera, compartimos su posición ante le lay de Dios. Sabemos claramente por la escritura que la ley nos maldice por nuestra desobediencia, es más, por nuestra obediencia imperfecta (Deuteronomio 27:26). Pero esa ley no pudo condenar a Cristo, porque su obediencia fue completa, entera, perfecta. Queda aprobado entonces, bajo la ley de Dios, como perfectamente justo. Y aunque murió castigado por nuestros pecados, es obvio que acabó con ese castigo, que apaciguó completamente la ira de Dios y totalmente expió nuestra culpa, pues resucitó de los muertos, habiendo agotado todas las demandas de la ley en nuestra contra (Romanos 4:25). Y ahora, nosotros que creeemos en Cristo, participamos en esa condición, compartimos esa justicia perfecta. Es por eso que Pablo dice que ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús (Romanos 8:1). Como Cristo eliminó la culpa, la ira, y el castigo, y rindió una obediencia perfecta, la ley no puede tener nada en contra de los que están en Cristo: en vez de exigir nuestra condenación, al contrario exige nuestra justificación, porque unidos a Cristo somos una entidad legal con él, no es posibile dividirnos de su justicia.
  2. Participamos en la experiencia de Cristo. El mismo nos sugiere este pensamiento en Juan 15:18-21. Esta participación se puede dividir en dos etapas o estados. El estado de humillación incluye todos sus sufrimientos durante su vida terrestre. Desde la pobreza e incomodidad de su nacimiento, hasta sus últimas agonías sobre la cruz y su entierro, Cristo pasó por sufrimientos extensos y severos. Pero después vino el premio de su obra, entró en su estado de exaltación y poseyó la gloria (Filipenses 2:9-11). Y nosotros compartimos con Cristo en ambos aspectos de su experiencia. Claro, no compartimos los dos a la vez: como Cristo mismo pasó de su estado de humillación a su estado de exaltación, nosotros primero pasamos por tribulaciones y después entramos en el reino. Esto nos explica Pablo, declarando que es palabra fiel que, Si somos muertos con él, también viviremos con él; si sufrimos, también reinaremos con él (2a de Timoteo 2:11,12). Pasando por los dolores, tristezas y afflicciones de este tiempo presente, podemos regocijar porque simplemente estamos compartiendo a nuestra medida la experiencia de Cristo: y si participamos con él en los sufrimientos, es seguro que participaremos también en la gloria.
  3. Participamos en la herencia de Cristo. Pablo afirma esto en Romanos 8:16,17 donde dice que si somos hijos, también somos herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo. No puedo explicar y manifestar esa herencia, pues excede mi entendimiento. Pablo agrega que es una gloria con que no se pueden comparar nuestras afflicciones (Romanos 8:18): menciona además que todo es nuestro, sea el mundo, la vida, la muerte, lo presente, o lo por venir (1a de Corintios 3:21-23). No soy capaz de mostrar lo que es esa herencia: pero esto sé, que si sirve para premio de la obra de Cristo, si es algo que Cristo mismo pudo anhelar, llenará y excederá toda capacidad que tengo para gozo. Quizás lo más sencillo, pero a la vez lo más sorprendente, es notar simplemente que Dios mismo es nuestra porción (Salmo 73:26; Apocalipsis 22:4).

Estas cosas son nuestras, ya: falta gozarlas, disfrutarlas más, y ciertos aspectos no podemos poseer completamente hasta la consumación de todas las cosas; pero en Cristo, ésto es lo que nos pertenece. Vale la pena notar brevemente que participamos con Cristo, porque él participó con nosotros, tomando nuestra naturaleza y experimentando nuestras tentaciones y pruebas (Hebreos 2:14-18). El se humilló para tomar nuestra posición bajo la ley (Gálatas 4:4), bajo la maldición (Gálatas 3:13), y sujeto a afflicciones, a los asaltos del diablo, y a la malicia del ser humano. Y se dignó a hacer esto, para que nosotros fueramos hechos participantes con él. Esto es lo que es ser participantes del llamamiento celestial (Hebreos 3:1), que vivimos en unión y comunión con Cristo Jesús. Esta unión logra también que exista un conformidad a Cristo en un sentido moral, que seamos más y más santos como él es santo (Romanos 6:5-7).

La segunda parte del versículo explica que los que verdaderamente participan con Cristo nunca abandonan esa confianza. Es decir, si alguien profesa la fe de Cristo, pero luego abandona esa profesión, cae en apostasía, renuncia lo que afirmó de confiar en Cristo, señala que no estaba unido a Cristo. Tratamos la perseverancia anteriormente, entonces aquí puedo ser breve. Los que participan con Cristo, perseveran, por el poder de Dios (1a de Pedro 1:5), y no pueden apartarse total o finalmente (Jeremías 32:40). El que no persevera no comparte con Cristo en el mundo venidero; pero no perseveró, porque no estaba compartiendo con Cristo aquí.

Gozemos de Cristo hoy: recordemos todo lo que ya hemos tomado de su plenitud, y acudamos a él para cada necesidad: estamos unidos a él, lo suyo es nuestro, y nosotros le pertenecemos en una unión indisoluble.

Friday, April 30, 2010

Lo que Cristo Es

En la historia eclesiástica de Philip Schaff encontré estas bellas palabras citadas de Melitón de Sardes, en su obra acerca de la fe.

El Señor Jesucristo es reconocido como la Razón perfecta, el Verbo de Dios; quien fue engendrado antes de la luz; quien era Creador con el Padre; quien fue el Hacedor del hombre; quien era todas las cosas en todo; Patriarca entre los patriarcas, Ley en la ley, Sumo Sacerdote entre los sacerdotes, Rey entre los reyes, Profeta entre los profetas, Arcangel entre los ángeles; él guió a Noé, condujó a Abraham, fue atado con Isaac, exiliado con Jacob, fue Capitán con Moisés; predijo sus propios sufrimientos en David y los profetas; fue encarnado en la Virgen; adorado por los Magos; él sanó a los cojos, dio vista a los ciegos, fue rechazado del pueblo, condenado por Pilato, colgado en el madero, sepultado en la tierra, resucitó de los muertos y apareció a los apóstoles, ascendió al cielo; él es el Descanso de los fallecidos, el Rescatador de los perdidos, la Luz de los ciegos, el Refugio de los afligidos, el Novio de la Iglesia, el Auriga de los querubines, el Capitán de los ángeles; Dios quien es de Dios, el Hijo del Padre, el Rey eternamente y para siempre.

Son palabras antiguas, y puede ser que una o dos expresiones, aisladas del contexto total, podrían permitir una interpretación menos que ortodoxa, pero la combinación de todas las frases me hace pensar que debemos más bien tomar las palabras en el mejor sentido. Haciendo eso, podemos elevar nuestros corazones en alabar a Cristo como nuestro Dios, reconociendo la verdad de lo que dice Melitón.

Vale la pena notar además, que este hombre apreciaba la escritura porque le mostraba a Jesucristo. En estas palabras no solamente glorifica al Señor Jesús, sino que también nos da una clave para leer la escritura con provecho: esperando ver a Cristo como el fundamento, la suma y la sustancia de la enseñanza bíblica.

About me

  • Ruben
  • D.F., Mexico
  • Soy un cristiano, dedicado a la teología reformada, como la mejor expresión de la enseñanza de la Bíblia, y por lo tanto el sistema teológico que más glorifica a Dios. No soy yo quien aparece en la foto en mi perfil. Pero me gusta como se ve de todos modos.
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