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La Gracia de Dios

Nota: esto es el texto del sermón que dí en la Iglesia Bíblica de Padierna el domingo pasado, levemente editado para este formato.

La Gracia de Dios

Esdras 9,10; Nehemías 9,10

La historia de la redención, que estabamos viendo por varios meses, es la historia de la gracia de Dios. En Cristo tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia (Efesios 1:7). La salvación es de gracia. Por gracia sois salvos (Efesios 2:5). Y podemos ver esto en Nehemías 9. Se ve que Dios escogió a Abram (v.7) e hizo pacto con él (v.8). Dios escuchó el clamor de su pueblo y los libró mediante muchas maravillas de Egipto (vv.9-11). Dios los sustentó, guíó y enseñó (vv.12-15). Los aguantó en sus muchas rebeliones y les dió la tierra prometida (vv.16-25). Los castigó por sus pecados, pero según su gran misericordia los libró cuando clamaban a él (vv.26,27). Cuando siguieron en sus malos caminos les amonestó y su paciencia duró por muchos años (vv.28-31). Por esta historia de misericordia, se anima el pueblo de Dios a invocarle misericordia una vez más, apesar de su larga historia de rebelión, y hacen pacto de obedecer al Dios del pacto y de misericordia (9:32-10:39). En este relato encontramos mucho que sirve para nuestra enseñanza.

I. Primero, que la gracia no depende del ser humano: que Dios no espera a que el ser humano lo busque para extender su misericordia. Esto lo hemos visto antes. Lo vimos después de la caída del hombre: Dios, en su gracia, busca a los culpables que merecen la muerte y les da la promesa de un redentor. Lo vimos en Abraham cuando Dios llamó a una persona de una ciudad inicua y una cultura idólatra a ser el padre de los creyentes. Lo vimos cuando Dios envió un libertador a Egipto para sacar a su pueblo de servidumbre. Lo vimos cuando Dios cumplió sus promesas y les dio la tierra de Canaan. Lo vimos cuando una y otra vez los perdonó y los libró de sus opresores en los tiempos de los jueces. Lo vimos cuando Dios les dio un rey según su propio corazón. Lo vimos cuando el Hijo de Dios vino al mundo para nuestra salvación. Se ve también en el mandamiento que Cristo dio de haced discípulos a todas las naciones. Las naciones no le buscan –pero él envía sus mensajeros para llamarles a sí mismo. No lo vemos solamente en los eventos, sin embargo: se encuentra también en la enseñanza bíblica. Se encuentra en un dicho que circulaba por la iglesia de los tiempos apostólicos, y que Pablo aprueba de esta forma: Palabra fiel y digna de ser recibida por todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores (1a de Timoteo 1:15). Cristo vino para los pecadores. No para los merecedores: no para los que querían mejorar: no para los justos: para los pecadores. Encontramos lo mismo en el texto conocidísimo, Juan 3:16: Porque de tal manera amó Dios al mundo que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. El mundo es el sitio de la vanidad e inicuidad –eso es lo que Dios amó. Se encuentra otra vez en Romanos 5:8: Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. Viene a una expresión clara e inegable en la primera epístola de Juan. Allí leemos: Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero (1a de Juan 4:19). Dios no nos busca porque nosotros le amamos: le amamos porque él nos amó tanto que nos buscó.

He aquí una distinción importante entre el cristianismo y las religiones mundanas: el cristianismo explica como es que Dios justifica a los impíos (Romanos 4:5). No es que justifica a los piadosos, sino que toma a los malos, a los condenados, a los inmerecedores, y los justifica, los perdona, los limpia, los cambia.

Todo esto nos dice que la salvación no depende del ser humano: es la iniciativa divina que lo origina. Es el poder de Dios que lo logra. La salvación es de Jehová (Salmo 3:8) en todas sus partes.

A. Dios diseñó la salvación: cuando el hombre estaba escondido de Dios, temiendo, Dios le buscó y le anunció la promesa de un libertador (Génesis 3:9-10,15). En Cristo fuimos escogidos antes de la fundación del mundo (Efesios 1:4).

B. Dios logró la salvación. Dios el Hijo reciba gloria de los santos, quienes dicen: Digno eres de tomar el libro y de abrir sus sellos; porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido para Dios, de todo linaje y lengua y pueblo y nación; y nos has hecho para nuestro Dios reyes y sacerdotes, y reinaremos sobre la tierra (Apocalípsis 5:9,10).

C. Dios nos trae la salvación. Y el os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados (Efesios 2:1).

1. La salvación se recibe por la fepor gracia sois salvos por medio de la fe (Efesios 2:8). Pero esta fe es don de Dios –y esto no de vosotros, pues es don de Dios (Efesios 2:8); Filipenses 1:29 dice: Porque a vosotros os es concedido a causa de Cristo, no sólo que creáis en él, sino también que padezcáis por él. Pablo considera que padecer por Cristo es un don: es un don adicional, algo que se nos ha dado además de el don de creer en él: pero eso también es un don.

2. El arrepentimiento es necesario para la salvación (Mateo 11:20-22; Mateo 21:31,32; Marcos 2:17; Hechos 3:19; Hechos 8:22; Hechos 11:18; 2a de Corintios 7:10 Porque la tristeza que es según Dios produce arrepentimiento para salvación; Apocalipsis 2:5)–y el arrepentimiento es don de Dios, según Hechos 11:18 que dice: Entonces, oídas estas cosas, callaron, y glorificaron a Dios, diciendo: ¡De manera que también a los gentiles ha dado Dios arrepentimiento para vida! Compare además 2a de Timoteo 2:25; Hechos 5:31.

3. La santidad es necesaria, pues sin la santidad nadie verá al Señor (Hebreos 12:14). Pero es Dios quien produce en nosotros tanto el querer como el hacer por su buena voluntad (Filipenses 2:13). Fue por la gracia de Dios que Pablo hizo tanto (1a de Corintios 15:10). Es Dios quien nos da un corazón para conocerle (Jeremías 24:7).


II. Segundo, que la gracia de Dios dura por toda la vida cristiana. La salvación no nadamás comienza con Dios –solamente continúa porque Dios es paciente y misericordioso. Y esto lo podemos ver en dos maneras.

A. Dios nos sostiene en la vida Cristiana. Habiéndolos librado de Egipto, Dios no los abandonó: los dirigió por la columna de nube y la columna de fuego (v.19); los sustentó con maná y agua (v.20); proveyó todas sus necesidades (v.21). Dos veces en este capítulo se menciona el Espíritu. Dios envió a su Espíritu para enseñarles (v.20). Con el Espíritu les testificó por medio de los profetas (v.30). Y el Espíritu nos acompaña en la vida Cristiana. Fuimos sellados con el Espíritu Santo (Efesios 1:13, 4:30); el Espíritu es quien nos da entendimiento de la grandeza de la obra de Dios en la salvación (Efesios 1:17-19); en Cristo tenemos entrada por el Espíritu al Padre (Efesios 2:18); el Espíritu revela el misterio de Cristo (Efesios 3:4,5); por el Espíritu somos fortalecidos con poder en el hombre interior (Efesios 3:16); el Espíritu nos da unidad (Efesios 4:3); el Espíritu cambia nuestra manera de vivir (Efesios 5:8-10). Es decir, así como el Espíritu de Dios acompañó a su pueblo en tiempos antiguos, también nos acompaña en estos tiempos. Dios no nos perdona y luego nos deja: todo lo contrario, cuando comienza a traernos bendición es para traernos aún más (comparen Efesios 3:14-19).

Y es por la obra de Dios que no nos apartamos de él: Y les daré un corazón, y un camino, para que me teman perpetuamente, para que tengan bien ellos, y sus hijos después de ellos. Y haré con ellos pacto eterno, que no me volveré atrás de hacerles bien, y pondré mi temor en el corazón de ellos, para que no se aparten de mí (Jeremías 32:39,40).

Nunca dejamos de depender de Dios. Desde el comienzo de la redención hasta su consumación todo es de Dios. El sigue derramando su gracia sobre nosotros para que no nos apartemos de él.

2. Dios es paciente con nosotros aún después de llamarnos. Esto se ve no solamente en el resumen histórico de Nehemías, donde menciona específicamente cómo Dios los soportó durante muchos años (v.30), sino que también lo vemos en un relato dramático del libro de Esdras. Esdras y Nehemías tuvieron su ministerio e influencia en los tiempos del regreso del exilio. Esdras fue instrumental en la construcción del segundo templo (Esdras 6:15) y Nehemías tuvo el cargo de volver a construir los muros de Jerusalén (Nehemías 1:3; 2:17). En Esdras 9:1,2 reportan a Esdras que aún los sacerdotes y levitas no se habían separado de los pueblos de las tierras, sino que habían contratado matrimonios con ellos. Esto estaba prohibido por la ley de Dios: por ejemplo, Deuteronomio 7:1 da una lista de naciones, y los versículos 3,4 del mismo capítulo dan estas instrucciones: Y no emparentarás con ellas; no darás tu hija a su hijo, ni tomarás a su hija para tu hijo. Porque desviará a tu hijo de en pos de mí, y servirán a dioses ajenos; y el furor de Jehová se encenderá sobre vosotros y te destruirá pronto. Esdras se queda angustiado hasta la hora del sacrificio de la tarde, y en ese momento hace la oración que encontramos en Esdras 9:5-15.

Es obvio que Esdras no piensa que el pecado es algo ligero. Reconoce que los privilegios que han tenido, que toda la misericordia que han recibido hace aún más serio su pecado, conforme a la enseñanza de Cristo: Aquel siervo que conociendo la voluntad de su señor, no se preparó, ni hizo conforme a su voluntad, recibirá muchos azotes. Mas el que sin conocerla hizo cosas dignas de azotes, será azotado poco; porque a todo aquel a quien se haya dado mucho, mucho se le demandará; al que mucho se le haya confiado, más se le pedirá (Lucas 12:47,48). Más privilegio trae más responsabilidad –y mayor condenación si lo rechazamos. ¿Cuánto mayor castigo pensáis que merecerá el que pisoteare al Hijo de Dios, y tuviere por inmunda la sangre del pacto en la cual fue santificado, e hiciere afrenta al Espíritu de Gracia? (Hebreos 10:29).

Aunque la gracia no elimina lo serio del pecado, si nos da esperanza. En vez de desfallecer con los sentimientos de culpa, no nos desesperamos bajo el peso de nuestros pecados –sería otro pecado más, de incredulidad. Secanías, hijo de Jehiel responde a Esdras y dice: Nosotros hemos pecado contra nuestro Dios, pues tomamos mujeres extranjeras de los pueblos de la tierra; mas a pesar de esto, aún hay esperanza para Israel. Y aconseja que hagan pacto de despedir a las esposas ajenas y a los hijos nacidos de ellas (Esdras 10:1-3), que rediman sus pecados con justicia (Daniel 4:27); que abandonen el pecado.

Aún hay esperanza para Israel. Como dice el apóstol Juan: Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo (1a de Juan 2:1). Su propósito es que no pequemos: pero si alguno ha pecado, no se desespere: no concluya que la gracia de Dios ya no le puede alcanzar –abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo. El mismo Jesucristo cuya sangre nos limpia de todo pecado (1a de Juan 1:7). El mismo Jesucristo quien es la propiciación por nuestros pecados (1a de Juan 2:2). Todavía hay esperanza. No la hay mientras decimos que no hemos pecado (1a de Juan 1:10: compare Proverbios 28:13); pero si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad (1a de Juan 1:9).

Pero, podíamos pensar, ¿no nos motivará esto a pecar más? ¿No abusaremos de esta gracia maravillosa para ser más viles todavía? Pues la palabra de Dios lo toma de otra forma: ¿Qué, pues? ¿Pecaremos, porque no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia? En ninguna manera. ¿No sabéis que si os sometéis a alguien como esclavos para obedecerle, sois esclavos de aquel a quien obedecéis, sea del pecado para muerte, o sea de la obediencia para justicia? Pero gracias a Dios, que aunque erais esclavos del pecado, habéis obedecido de corazón a aquella forma de doctrina a la cual fuisteis entregados; y libertados del pecado, vinisteis a ser siervos de justicia (Romanos 6:15-18). Si la gracia de Dios nos ha alcanzado, somos siervos de justicia, no del pecado. El pecado no se enseñoreará de vosotros: pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia (Romanos 6:14). Si el anunció del perdón de Dios nos incita a pecar más, no lo hemos recibido bien, como podemos ver más detallademente en el tercer punto.


III. Tercero, la gracia de Dios nos motiva a la obediencia.

Habiendo recordado no solamente sus pecados, sino la larga paciencia y gran misericordia de Dios, se dirigen a Dios como el Dios que guarda pacto y misericordia, pidiéndole que considere su situación (v.32). En Esdras, es porque hay esperanza para Israel que Secanías propone hacer un pacto con Dios de obedecerle. Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres, enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente, aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo, quien se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras (Tito 2:11-14). Es la gracia de Dios que nos enseña cómo vivir: Cristo murió y nos redimió para purificar un pueblo celoso de buenas obras. Nos redimió antes de que fueramos celosos de buenas obras. Dios justifica a los impíos –no para que permanezcan en la impiedad, sino para que sean santos. Somos creados en Cristo Jesús –allí está la gracia. Crear es algo que no podemos hacer: de hecho, somos hechura suya. Pero hemos sido creados para buenas obras (Efesios 2:10).

Aveces pensamos que la ley, el mandamiento de Dios, nos hará santos: la ley explica y define lo que es la santidad: nos muestra lo que Dios quiere. Pero la ley no nos puede dar la obediencia a sí misma. Romanos 7:5 parece sugerir que la ley provoca pasiones pecaminosas. Deseamos lo prohibido, precisamente porque es prohibido. Y mientras nuestros corazones así son, la ley solamente provocará más pecado y anunciará condenación. Pero Dios es el autor de nuestra obediencia, de nuestra santidad. El amor de Dios no es el producto de su mandamiento de amarle (Deuteronomio 6:5), sino que viene porque él me amó (1a de Juan 4:19). El nos ama: y entonces nos nace el amarle, conforme a su mandamiento. Ahora, no por eso vamos a decir que cumplimos la ley o que merecemos algo de Dios. Pensar en la gracia como algo que nos hace merecedores es un concepto incoherente.

La salvación es por gracia: gracia es la única esperanza que tenemos. Y esta gracia se halla solamente en Cristo (Juan 1:14), quien, junto con el Padre y el Espíritu Santo, vive y reina eternamente.

About me

  • Ruben
  • D.F., Mexico
  • Soy un cristiano, dedicado a la teología reformada, como la mejor expresión de la enseñanza de la Bíblia, y por lo tanto el sistema teológico que más glorifica a Dios. No soy yo quien aparece en la foto en mi perfil. Pero me gusta como se ve de todos modos.
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