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Medicamento de Santiago 3:2

Santiago 2:13-3:12

Porque juicio sin misericordia se hará con aquel que no hiciere misericordia; y la misericordia triunfa sobre el juicio.

Hermanos míos, ¿de qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarle?

Y si un hermano o una hermana están desnudos, y tienen necesidad del mantenimiento de cada día,

y alguno de vosotros les dice: Id en paz, calentaos y saciaos, pero no les dais las cosas que son necesarias para el cuerpo, ¿de qué aprovecha?

Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma.

Pero alguno dirá: Tú tienes fe, y yo tengo obras. Muéstrame tu fe sin tus obras, y yo te mostraré mi fe por mis obras.

Tú crees que Dios es uno; bien haces. También los demonios creen, y tiemblan.

¿Mas quieres saber, hombre vano, que la fe sin obras es muerta?

¿No fue justificado por las obras Abraham nuestro padre, cuando ofreció a su hijo Isaac sobre el altar?

¿No ves que la fe actuó juntamente con sus obras, y que la fe se perfeccionó por las obras?

Y se cumplió la Escritura que dice: Abraham creyó a Dios, y le fue contado por justicia, y fue llamado amigo de Dios.

Vosotros veis, pues, que el hombre es justificado por las obras, y no solamente por la fe.

Asimismo también Rahab la ramera, ¿no fue justificada por obras, cuando recibió a los mensajeros y los envió por otro camino?

Porque como el cuerpo sin espíritu está muerto, así también la fe sin obras está muerta.

Hermanos míos, no os hagáis maestros muchos de vosotros, sabiendo que recibiremos mayor condenación.

Porque todos ofendemos muchas veces. Si alguno no ofende en palabra, éste es varón perfecto, capaz también de refrenar todo el cuerpo.

He aquí nosotros ponemos freno en la boca de los caballos para que nos obedezcan, y dirigimos así todo su cuerpo.

Mirad también las naves; aunque tan grandes, y llevadas de impetuosos vientos, son gobernadas con un muy pequeño timón por donde el que las gobierna quiere.

Así también la lengua es un miembro pequeño, pero se jacta de grandes cosas. He aquí, ¡cuán grande bosque enciende un pequeño fuego!

Y la lengua es un fuego, un mundo de maldad. La lengua está puesta entre nuestros miembros, y contamina todo el cuerpo, e inflama la rueda de la creación, y ella misma es inflamada por el infierno.

Porque toda naturaleza de bestias, y de aves, y de serpientes, y de seres del mar, se doma y ha sido domada por la naturaleza humana; pero ningún hombre puede domar la lengua, que es un mal que no puede ser refrenado, llena de veneno mortal.

Con ella bendecimos al Dios y Padre, y con ella maldecimos a los hombres, que están hechos a la semejanza de Dios.

De una misma boca proceden bendición y maldición. Hermanos míos, esto no debe ser así.

¿Acaso alguna fuente echa por una misma abertura agua dulce y amarga?

Hermanos míos, ¿puede acaso la higuera producir aceitunas, o la vid higos? Así también ninguna fuente puede dar agua salada y dulce.



Introducción: Al final del capítulo 2, Santiago hizo un contraste entre una fe supuesta que existe en mera profesión, y la fe genuina que trabajaba de Abraham y Rahab. De allí pasa a una discusión del problema de la lengua. Pero no simplemente cambia el tema, porque estos temas se relacionan. La fe genuina, la fe que es más que mero hablar, tendrá una influencia en la manera en que hablamos. Santiago nos advierte a ser cuidadosos en buscar para nosotros mismos una condenación más severa, porque todos ofendemos muchas veces. Y es esa frase breve que quiero considerar en más detalle. Es una declaración sencilla, pero debemos de tomar un momento para asegurarnos de que la estamos apreciando debidamente. Hay tres cosas para notar.

La primera es que esto se aplica a cada uno de nosotros. Noten que Santiago dice que todos ofendemos: pero además de eso, hasta se incluye a sí mismo. Nosotros ofendemos no ustedes ofenden. No había pecado en nuestro Señor, pero en todos y cada uno de sus seguidores hay pecado: no hay excepciones.

La segunda cosa es que ofendemos. La palabra que aquí se traduce con "ofender", en Romanos 11:11 es traducida por "tropezar". En 2a de Pedro 1:10 aparece como "caer". Otra versión la traduce simplemente como "pecar". Pero cualquiera que sea el énfasis específico que tiene en cada contexto, sigue siendo cierto que lo que todos estamos haciendo es transgredir la ley de Dios: estamos ofendiendo a Dios y violando las obligaciones del amor; estamos tropezando en nuestro caminar con Dios, impediéndonos a nosotros mismos en progresar en los caminos de justicia. Estamos cayendo al vivir en una manera que no compagina con la posición alta y gloriosa que Dios nos ha dado en Cristo.

La tercera cosa que notamos es que esto de ofender no es algo que casi nunca ocurre, o solamente de vez en cuando. No, al contrario, todos ofendemos muchas veces. Constantemente estamos ofendiendo a Dios. Y no es solamente una o dos areas donde batallamos: otra versión traduce todos ofendemos en muchas cosas. Osea que el pensamiento de frecuencia incluye el pensamiento de variedad, y vice versa. Tenemos muchas fallas, y las cometemos muy seguido. Todos ofendemos muchas veces.

Y eso basicamente significa que estamos cubiertos con enfermedades espirituales. Justo cuando parece que hay un poquito de progreso en recuperarnos de un malestar espiritual, sale otro. Pero una de las funciones de la palabra de Dios es servir como medicina para nuestras enfermedades espiritual, y en este texto breve creo que encontramos medicina para cinco enfermedades espirituales muy comunes.


Es


I. Una medicina espiritual en contra del orgullo.

Cuando Santiago nos recuerda que todos ofendemos muchas veces debe inmediatemente producir en nosotros una humildad profunda. Consideren la humildad que Santiago mismo demuestra. Aunque era el hermano de Cristo según la carne, aunque tomó el liderazgo en el gran concilio en Jerusalén, sin embargo se incluye a sí mismo en el dicho que ofendemos muchas veces. Hermanos, esta es la actitud correcta para nosotros, pues no es nada más que el reconocimiento de una realidad bastante obvia. Si hemos sentido que estamos bien, que a lo mejor nada más hay una o dos cositas que requieren un poquito de mejorío, hemos sido engañados por nuestra propia vanidad. Se acuerdan del personaje absurdo del fariseo quien se justificaba en la parábola del fariseo y del publicano en Lucas 18. Este hombre, en la presencia de Dios, regocijaba de no ser como los demás y se jactaba de su propia justicia. Pero así de ridículo somos nosotros cuando nuestro pecado nos ciega. Tú y yo no tenemos pretexto para el orgullo, cuando estamos tan llenos de inmundicia. Cada día tracionamos a Dios y manchamos nuestros vestidos. Tomen por ejemplo el problema grave que menciona Santiago, el cuestión de la lengua. A lo mejor has estado controlando tus ojos y tus manos y quizás hasta cierto punto tu corazón. Quizás no has visto, ni hecho, ni siquiera querido maldad. ¿Pero has controlado tu boca? ¿No sabes nada acerca de quejarte, de andar chismeando, de hablar sin saber lo que dices? Todos tus dichos han sido verdaderos y aptos y motivados por amor? No habría tiempo para mencionar todas las formas en que pecamos con nuestras lenguas, pero desde blasfemias y mentiras, bromas sucias y juramentos vanos, hasta callar cuando debereríamos de decir algo, en cuanto a nuestras bocas es cierto que todos ofendemos muchas veces. Pues almenos no agreguemos a estos pecados todavía otro pecado más, de ser orgullosos, de aceptar la necedad y tontería de pensar que a final de cuenta no somos tan malos. La verdad es que nuestras lenguas son un mundo de maldad, y son inflamadas por el infierno. ¿Qué motivo tenemos por orgullo?

El texto también es, en segundo lugar,


II. Una medicina espiritual en contra de sobre-estimar a los demás.

Aveces desarrollamos una devoción excesiva a un maestro particular, o un Cristiano quien admiramos por alguna razón especial, y aveces hasta nos olvidamos que este texto también les incluye a ellos. Sobre el trasfondo de las divisiones que existían en Corinto por el faccionalismo de los congregantes, quienes cada uno escogía su maestro favorito y menospreciaba a los demás, Pablo los recuerda: Así que, ninguno se gloríe en los hombres (1a de Corintios 3:21). Pablo supo la tendencia de nuestros corazones, y vio que era necesario recordarnos que ningún ser humano es digno de que nos gloriemos en él. Eso no es por decir que estamos en contra de las amistades, ni en contra de imitar a los que han avanzado más en su caminar con Dios que nosotros, ni que oponemos que tengamos gran afecto por nuestros maestros, y los que dirigen en la iglesia: claro que no, pues todas esas cosas son buenas. Pero otra vez tenemos que recordar que Santiago se incluyó a sí mismo en este dicho que todos ofendemos muchas veces. Aunque era un gran maestro, no estaba exento. De la misma manera Isaías se consideraba un hombre inmundo de los labios (Isaías 6:5). Entonces mientras el amor cubre una multitud de pecados, y por supuesto nunca intentamos encontrar maneras en que las otras personas están fallando, sí debemos recordar que todos ofendemos muchas veces. En otras palabras, tú tienes que estar preparado para ejercer paciencia y extender perdón a todos los que están en tu alrededor. No debes ser escandalizado ni sorprendido cuando te das cuenta que alguien quien siempre habías admirado está batallando y fallando. Lamentablemente esto es una de las cosas que motiva a la gente de dejar a cierta iglesia cuando no deberían de hacerlo. Habían hecho un ídolo del pastor o de la congregación o denominación, y entonces cuando se les hizo obvío que allí también todos ofenden muchas veces, quedaron tan desilusionados que ya no pudieron seguir. Si piensas que asistes a la única iglesia perfecta, pues entonces cuando se manifiesta el pecado o te desilusionas y ya no puedes soportar con amor a nadie de allí, o quizás hasta peor te auto-engañas para no darte cuenta del pecado, endureces tu conciencia para no enterarte de iniquidad, en vez de oponerlo como debe de ser. Pero Santiago corta la raíz de estos problemas cuando nos advierte que todos ofendemos muchas veces, porque así nos prepara para el momento cuando la iglesia o algún individuo admirado, o algún maestro estimado, falla o nos ofende en algún punto. Tenemos que esperar que cada persona que está en nuestro alrededor de alguna manera fallará (aunque claro, deseamos que no pase y no estamos aguardando para ver cuando fallará), y tenemos que estar listos para reaccionar bien, aún si su falla es algo que nos ofende o nos lastima a nosotros. Y eso nos trae al tercer punto, que este texto es


III. Una medicina espiritual en contra de ser criticones.

Algo que tienen que hacer los líderes de la iglesia, y que de hecho cada cristiano debe de hacer, es exhortar a los otros cristianos. Debemos estar exhortándonos mutuamente (como enseña Hebreos 10:24,25). Y es inevitable, siendo que todos ofendemos muchas veces, que de vez en cuando parte de exhortarnos será amonestarnos, decirnos que estamos mal. Pero el hecho que hay tiempos cuando es nuestra responsabilidad decirle a alguien que está descarriado no es un pretexto para que seamos criticones, para estar buscando motivos para condenar a los demás y siendo demasiado severos con ellos. Como un ejemplo de ese tipo de falla podemos pensar en los amigos de Job, quienes le acusaban de haber hecho mal, y entre más se defendía, más le acusaban, y de cosas cada vez peores. Cuando el libro llega a su final, si se acuerdan, Dios tuvo algunas palabras fuertes para estos amigos criticones. También debemos recordar que los que censuran hipócritamente, quienes condenan lo que ellos mismos practican, son vigorosamente reprendidos por Pablo en Romanos 2:17-24. Como Santiago ya nos dijo, Porque juicio sin misericordia se hará con aquel que no hiciere misericordia (Santiago 2:13). Pablo nos da el equilibrio correcta de reprender honestamente y tener misericordia cuando nos dice, Hermanos, si alguno fuere tomado en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restaurad al tal con el espíritu de mansedumbre; considerándote á ti mismo, porque tú no seas también tentado. (Gálatas 6:1). A lo mejor es necesario que regañemos: pero no debemos ser severos, y no debemos de tomar gusto en hacerlo: al contrario, tiene que haber un espíritu de mansedumbre y un reconocimiento que nosotros también podemos ser tentados, pues todos ofendemos muchas veces. El comentario de Matthew Henry dice:

Si pensaríamos más en nuestros propios errores y ofensas, seríamos menos dispuestos para juzgar a los demás. Mientras somos severos contra lo que tenemos por ofensivo en otros, no consideramos cuánto hay en nosotros que con razón les ofende a ellos. Los que se auto-justifican comúnmente se auto-engañan. Todos somos culpables ante Dios, y los que quieren triunfar sobre las debilidades y flaquezas de otros, poco piensan en cuántas cosas ellos mismos ofenden. Es más, puede que su comportamiento autoritario y sus lenguas criticonas podrán resultar peor que las fallas que condenan en los demás. Aprendamos a ser severos en juzgarnos a nosotros mismos, pero benevolentes en nuestros juicios acerca de las otras personas.

Si reconoces que tú ofendes muchas veces, te será más difícil ser demasiado severo con las ofensas de tu hermano. En la conciencia que debemos tener de haber sido perdonado muchísimo, debemos estar dispuestos de perdonar generosamente también.

Pero ahora si vamos desde el punto de vista del que amonesta, y nos consideramos como los que son amonestados podemos ver que este texto es, en cuarto lugar,


IV. Una medicina espiritual en contra de la pena excesiva.

Aveces nos sentimos humillados y avergonzados cuando sabemos que las otras personas se han dado cuenta de que somos pecadores. Pero si lo pensaríamos, ¡ellos ya lo sabían! Quizás sentimos que no aguantamos encontrarnos con el marido, o la esposa, un amigo o un familiar. Pero no es una sorpresa cuando resulta que somos pecadores: es lo que somos todos. Claro que deseamos ser un buen ejemplo para todos los que están en nuestro alrededor, y claro que queremos que la gente piense bien de nosotros. También estaríamos muy mal si no sintiéramos verguenza por pecar. Es una de las iniquidades que Jeremías condena: ¿Se han avergonzado de haber hecho abominación? Ciertamente no se han avergonzado, ni aun saben tener vergüenza; por tanto, caerán entre los que caigan; cuando los castigue caerán, dice Jehová. (Jeremías 6:15). Cometer pecado es algo que es asgueroso y vil, y no queremos ser así. Pero si dejamos que esos deseos de ser buen ejemplo y no ser pecadores dominen demasiado en nuestras mentes, simplemente llegan a ser otra manera en que ofendemos, porque se conviertan en un ídolo: nuestro nombre, la estima en que la gente nos tiene, facilmente se hace un ídolo para nosotros: y este ídolo es un dios muy exigente. Por ejemplo, a veces si alguien ha faltado a la iglesia por motivos inadecuados, le da pena regresar, y ya piensa que mejor no viene. Su pena les ha llevado a más pecado. Y es aquí que nos ayuda reconocer que todos ofendemos muchas veces, porque eso nos enseña a aceptar que todos los que están en nuestro alrededor saben que somos pecadores, y lo verán en algún momento. No tiene que pasar mucho tiempo juntos para que se manifiesta nuestra naturaleza pecaminosa. Entonces así como debemos estar dispuestos ignorar y perdonar ofensas en los demás, y estimarlos apesar de sus fallas, de la misma manera tenemos que estar dispuestos aceptar la misma cortesía y cariño cristiano cuando las otras personas tienen ocasión para ejercerlos hacia nosotros. Aveces la gente se vuelve hasta desesperada porque no aguantan el pensamiento que otra persona se ha enterado de que eran pecadores (aunque no es gran sorpresa); y esta verguenza los puede llevar aún a cometer más pecados, de enojo, de amargura, de engaño, de hipocresía. Podemos ser como Sara: la promesa de Dios le dio risa porque no la creaía: y luego negó que se había reído, aumentando su ofensa (Génesis 18:14,15). Hay una gran diferencia entre eso y la actitud de Pablo quien se reconoció a sí mismo como el primero de los pecadores (1a de Timoteo 1:15). Cuando pecamos, nos sentimos apenados, y luego, porque nos valoramos demasiado a nosotros mismos y nuestros sentimientos, tenemos que inventar algún pretexto para de alguna manera disculparnos por la maldad que hemos hecho (como decir que estabamos muy presionados), y torcemos la verdad. Hermanos, esta no es la manera de tratar con nuestras ofensas en contra de los demás. Somos pecadores, y no ganamos nada por intentar disfrazar esa realidad bastante obvia. Cuando es necesario, pues pidamos perdón y confesemos nuestros pecados honesta y abiertamente. Pero a la vez recordemos que si los demás están pensando biblicamente saben que ofendemos muchas veces y están dispuestos perdonar y restaurar cuando caemos. No agreguemos a nuestra ofensa, el mal de pensar que los demás simplemente están buscando oportunidades para juzgar y menospreciarnos. Parte del amor que no piensa el mal es que lo tomemos por hecho que otras personas no serán criticones o inmaduros en la manera en que tratan con nuestras fallas. Y eso nos lleva, en quinto lugar, a decir que nuestro texto es


V. Una medicina espiritual en contra de la frustración.

Si podemos esperar que los hermanos serán pacientes con nuestras fallas, entonces nosotros tampoco debemos de desesperarnos por tener fallas. Claro, siempre es una angustia cuando pecamos. Es desilusionante y espantoso cuando nos damos cuenta que hemos estado pecando en una manera altiva, y fuimos tan insensibles que ni siqueira nos importó. Supongo que no hay una experiencia más amarga que cualquiera de nosotros pueda tener que ver que apesar de toda la ayuda que hemos recibido, las decisiones que hemos tomado, y lo que hemos expresado con nuestras bocas en contra del pecado, que sin embargo otra vez hemos no solamente fallado sino que nos hemos rebelado en contra de Dios. A lo mejor has estado orando por años que Dios te hiciera honesto, o te ayudara a ser constante en la oración. Pero surge una situación difícil y otra vez has mentido. Llega la noche y te acuestas y te das cuenta que en todo el día no has llevado nada a Dios, no has expresado gratitud y no has hecho ninguna petición. La verdad es que ser un pecador es lo más miserable que hay. Por eso Pablo dice, ¡Miserable de mí! (Romanos 7:24). Esto es nuestra realidad diaria. Bueno, no sirve para nada olvidar que somos pecadores, y ser otra vez sorprendidos y escandalizados y derrotados cuando lo volvemos a aprender. Sabemos que somos pecadores. Todos ofendemos muchas veces. Entonces mientras tenemos que batallar contra cada tentación que nos llega, y mientras tenemos que intentar evitar ocasiones de pecar, también tenemos que tener en mente que estamos en esto para el largo plazo. No ayuda si nos desesperamos cada vez que se comprueba de nuevo que somos pecadores, pues no es posible vivir siempre rebotando de crisis en crisis de esa manera. Todos ofendemos muchas veces, así que oremos constantemente Perdónanos nuestros pecados (Lucas 11:4) y Líbrame de mis errores ocultos (Salmo 19:12). Dios ha determinado que la santificación se completará poco a poco, y lo principal es perseverar. Ese es el peligro de la frustración, que por estar tan desalentados y desesperados, abandonemos el viaje. Una caída de la cual te levantas sigue siendo una caída, pero no terminó la carrera: pero si te desesperas y ya no sigues, pues entonces sí perdiste. No te frustres por las caídas: es natural sentir ese desanimo y angustia, pero no es la manera correcta de tratar con el problema de nuestro pecado.


Cuando hemos vuelto a pecar todavía una vez más, en vez de enfadarnos o desesperarnos, vamos a recordar las palabras de Dios por medio de Jeremías: Dicen: Si alguno dejare a su mujer, y yéndose ésta de él se juntare a otro hombre, ¿volverá a ella más? ¿No será tal tierra del todo amancillada? Tú, pues, has fornicado con muchos amigos; mas ¡vuélvete a mí! dice Jehová. (Jeremías 3:1) El pecado es adulterio espiritual, y nosotros somos adúlteros espiritual, y no solamente una vez, sino que muchas veces hemos cometido esta traición e infidelidad, hemos tenido muchos amantes. Pero aún así Dios nos invita a regresar. Convertíos, hijos rebeldes, y sanaré vuestras rebeliones. He aquí nosotros venimos a ti, porque tú eres Jehová nuestro Dios. (Jeremías 3:22). Dios no dice a los hijos rebeldes que se desesperen, no les aconseja que es mejor simplemente ya terminarlo todo en vez de seguir viviendo así. Les dice que regresen, y estos hijos rebeldes responden, He aquí nosotros venimos a ti, porque tú eres Jehová nuestro Dios. Dios ha hecho un pacto de ser nuestro Dios, y aunque muchas veces somos infieles, aunque nuestra conducta no concuerda con el pacto, Dios todavía es nuestro, y nos manda regresar. Y a final de cuentas, Cristo no está ni frustrado ni desanimado: el Espíritu Santo no se ha desesperado de nosotros. Nuestros pecados son muchos, y grandes, y repetidos: pero es Dios quien dice: Yo deshice como una nube tus rebeliones, y como niebla tus pecados; vuélvete a mí, porque yo te redimí. (Isaías 44:22).



No debemos fingir que no tenemos pecado: pero tampoco debemos pensar que nuestros pecados son más grandes que la gracia de Dios. La sangre de Jesucristo nos limpia de todos nuestros muchos y frecuentes pecados. (1a de Juan 1:7)


(Este es la traducción de una predicación que di hace unos meses en una iglesia de Estados Unidos.)

About me

  • Ruben
  • D.F., Mexico
  • Soy un cristiano, dedicado a la teología reformada, como la mejor expresión de la enseñanza de la Bíblia, y por lo tanto el sistema teológico que más glorifica a Dios. No soy yo quien aparece en la foto en mi perfil. Pero me gusta como se ve de todos modos.
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