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Cristo Transfigurado

La transfiguración es una ocasión única en la vida de Cristo. Tres veces en los evangelios recibe visitas celestiales (2 veces de ángeles y una vez de Moisés y Elías: después de su tentación, Mateo 4:11; en la transfiguración misma; y en el jardín de Getsemaní (Lucas 22:43); tres veces en los evangelios Dios Padre habla audiblemente (en el bautismo de Cristo, Marcos 1:11; en la transfiguración misma; y cuando se está acercando al tiempo de su muerte y en vez de pedir libranza pide que el Padre glorifique su propio nombre (Juan 12:27,28); tres veces en los evangelios Pedro, Jacobo y Juan son los únicos testigos de entre los discípulos (en la resucitación de la hija de Jairo, Marcos 5:37-43; en la transfiguración misma; y en su agonía en el jardín de Getsemaní (Mateo 26:36,37). La transfiguración es el único momento cuando tenemos todas estas circunstancias juntas.

También es de notarse que la transfiguración ocurre mientras Cristo está orando. Muchos eventos importantes en la vida de nuestro Señor ocurren en conexión con la oración.

Estas cosas no necesariamente nos explican la transfiguración: pero sirven para mostrar que es un evento importantísimo.

Lo que pasó fue que mientras Jesús estaba orando se aspecto cambió y su misma ropa comenzó a brillar. Juntando lo que dicen los tres evangelistas sinópticos, podemos decir que su rostro era como el sol, y su ropa blanco como la luz, resplandeciente (Mateo 17:2; Marcos 9:3; Lucas 9:29). Pedro dice que en esto recibió honra y gloria del Padre (2a de Pedro 1:17).

Moisés y Elías aparecen rodeados de gloria y hablan con Cristo. Medio dormido (Lucas 9:32), espantado (Marcos 9:6), no sabiendo lo que dice (Lucas 9:33) Pedro ofrece la sugerencia de construir tres enramadas, uno para cada quien.

Pero antes de que él termina de hablar una nube de luz (Mateo 17:5) viene que cubre a los discípulos y aumenta su temor (Lucas 9:34): de esa nube, sale una voz, diciendo: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia: a él oíd (Mateo 17:5). Los discípulos se postran de miedo (Mateo 17:6), pero Cristo viene y los toca, diciendo: Levantaos y no temáis (Mateo 17:7); y ya no ven a nadie, sino a Jesús (Marcos 9:8). El les manda que no cuenten lo que vieron a nadie hasta después de que él resucite de entre los muertes, y ellos cumplen (Mateo 17:9; Lucas 9:36).

En los evangelios este relato de la transfiguración viene en conexión con la confesión de Pedro que Jesús es el Cristo de Dios (Lucas 9:20); con la reprensión que Jesús da a Pedro cuando éste no quiere que Jesús vaya a la muerte (Mateo 16:21-23); y con lo que Jesús dice de negarnos y tomar nuestra cruz si queremos ser sus seguidores (Marcos 8:34-38). Es interesante desde esa perspectiva ver que Moisés y Elías hablaban de su partida que iba a cumplir en Jerusalén (Lucas 9:31). La palabra traducida partida es éxodo: habla con Moisés acerca de su éxodo. Esto contiene una referencia a la muerte (Pedro usa el mismo término en 2a de Pedro 1:15 acerca de su muerte) pero creo que es más. El éxodo original, de Egipto, fue acompañado con muerte: los primogénitos de los egipcios murieron, y los hebreos mataron un cordero para cada casa, para que sus primogénitos no murieran. Pero también fue una victoria: salieron de la esclavitud: comenzaron a ver el cumplimiento de las promesas de Dios –pero ese cumplimiento vino mediante la muerte. Y en el éxodo de Cristo hay algo parecido: el unigénito Hijo de Dios (Juan 3:16) murió: pero en su muerte estaba cumpliendo las promesas de Dios (Mateo 26:54); estaba proveyendo la salvación para su pueblo (1a de Pedro 2:21-25); los estaba librando del dominio del pecado (Romanos 6:3-11). En su éxodo nos sacó a nosotros de la opresión, y saliendo del mundo en su recurrección y ascensión envió al Espíritu Santo para que nosotros gozáramos los beneficios de su obra (Juan 16:5-15).

En este evento tenemos un testimonio muy fuerte a la perfección de Cristo y a la posición única de Cristo. Aún los mayores profetas del Antiguo Testamento se intersan en él. Vienen para platicar de su partida. Y encontramos su perfección no solamente en el testimonio del Padre que en Cristo él tiene complacencia, sino también en la gloria que iluminó a nuestro Señor. Anteriormente la cara de Moisés había sido alterado en comunión con Dios (Exodo 34:29-35), y brillaba de tal manera que tenía que cubrirlo con un velo. Había recibido una visión de Dios que era transformadora (1a de Juan 3:2). Pero Moisés viene para platicar con Cristo, y cuando él desaparece y la voz de Dios exige atención a Cristo, nos acordamos que Moisés no era perfecto, que había cometido pecados. Es por medio de Cristo que Moisés está en la gloria celestial. Lo mismo se puede decir de Esteban, cuyo rostro era como el rostro de un ángel (Hechos 6:15). Pero Esteban ve a Jesús a la diestra de Dios, exaltado hasta lo sumo. Dado entonces, que Jesús ocupa un lugar único ¿cómo deberíamos de entender esta gloria? Es una gloria que recibió del Padre, según 2a de Pedro 1:17. Creo que este dato, combinado con la aprobación que el Padre expresa al decir que en él tiene complacencia nos dirige hacia la verdad. Esta transfiguración de Cristo era una manifestación de la gloria que le pertenece a la humanidad perfecta. A esto hubiera llegado Adán, pero falló al caer en la tentación. Pero Cristo venció toda la tentación. De niño, de joven, de adulto no había en él pecado. A los 12 años (Lucas 2:42-52) y a los treinta años (Lucas 3:23) había manifestado su deseo de obedecer a Dios (Mateo 3:15), de cumplir toda justicia. Y ese era su carácter en todo momento. Donde Adán falló, él triunfó. Ha guardado perfectamente la ley, ha resistido la tentación, y aquí se manifiesta la gloria que él mereció. Pero no permanece con esta gloria, porque si se hubiera quedado allí, si hubiera regresado al cielo con Moisés y Elías, no habría salvación. De hecho, si él regresa al cielo Moisés y Elías lo tienen que dejar, porque tampoco para ellos habría redención. Y los discípulos nunca avanzarían, nunca llegarían. En vista de la perdida humanidad, Cristo, que ya había dejado su gloria como Dios el Hijo (Juan 17:5), ahora deja su gloria como el humano perfecto, y procede en su obra. Ha cumplido toda justicia: ha guardado la ley. Ya es tiempo de que sufra y muera, tomando el castigo que nosotros merecíamos. El daño que nos vino en Adán Cristo lo tiene que quitar: ha cumplido con la ley, con las demandas de Dios: ahora tiene que eliminar el castigo que nos ha venido porque ya hemos violado esa ley de Dios. [Cristo ha cumplido el pacto de las obras, establecida originalmente con Adán; ha triunfado en ese aspecto; pero requiere un sacrificio más profundo, algo más que simple obediencia para cumplir con el pacto de la redención, para redimir a un pueblo escogido de la condenación que les ha traído la desobediencia de Adán y sus propios pecados. Cristo tiene que derramar su vida en ofrenda expiatoria por los pecadores, para que ellos reciban el perdón de pecados y sean partícipes de la gloria que él ganó por su obediencia.]

Aquí, por causa de Cristo y en conexión con él, el cielo y la tierra tocan en esta montaña. La gloria celestial irradia a algunos hombres todavía muy terrestres, y Pedro expresa sentimientos de los cuales se habrá avergonzado al pensarlo después. En esta ocasión quiero enfocarme en los errores de Pedro y la respuesta divina.


I. Los Errores de Pedro

A. Poner a Moisés y Elías en el mismo nivel que Jesús, Lucas 9:33. Esto lo hace al pensar construir una enramada para cada uno de ellos, como si fueran iguales (Lucas 9:33). La Bíblia lo menciona como un error, al decir, no sabía lo que decía (Lucas 9:33). En un momento sagrado, privilegiado a ver maravillas, de la boca de Pedro sale una bobería casi blasfema. Oremos que Dios controle nuestro hablar. Con el Salmista pidamos, Pon guarda a mi boca, oh Jehová; guarda la puerta de mis labios (Salmo 141:3). Santiago dice que la lengua es un miembro pequeño, pero se jacta de grandes cosas. He aquí, ¡cuán grande bosque enciende un pequeño fuego! Y la lengua es un fuego, un mundo de maldad. La lengua está puesta entre nuestros miembros y contamina todo el cuerpo, e inflama la rueda de la creación, y ella misma es inflamada por el infierno (Santiago 3:5,6). Moisés, al ser provocado, habló precipitadamente con sus labios y le fue mal (Salmo 106:32,33). Tengamos mucho cuidado de lo que decimos: En las muchas palabras no falta pecado; mas el que refrena sus labios es prudente (Proverbios 10:19). Usemos las palabras para bien, y no para mal (Proverbios 16:24); para alegrar (Proverbios 12:25), y no para herir (Proverbios 7:5). Cuidemos también nuestra manera de hablar (Proverbios 15:1). Aveces hay que reprender, y es para nuestro beneficio que el justo nos reprenda (Salmo 141:5). Pero en todas nuestras interacciones, Todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos (Mateo 7:12). Si tenemos que reprender, sea sin rancor: sin humillar al otro; con oración y con amor; de la manera más discreta que sea posible; y habiendo escuchado bien la información relevante de todos los interesados (Proverbios 18:13).

B. Querer permanecer en el monte viendo la gloria, Lucas 9:33. Anteriormente Pedro se había quejado con Cristo por lo que él decía acerca de sufrimiento y muerte (Mateo 16:21-23). No quiere la cruz: quiere la gloria. Pero lo que no entiende es que la cruz era el camino a la gloria (Filipenses 2:6-11). Siendo perfecto, siendo (como yo creo) lo que Adán hubiera sido sin la caída, Cristo recibió gloria (2a de Pedro 1:17): pero si nosotros ibamos a recibirlo, era necesario ir a la cruz. Siempre que nosotros queremos evitar los sufrimientos, que queremos brincar directamente al cielo y la gloria, caemos en el mismo error, porque Cristo dijo que si queremos ir en pos de él (el único camino al Padre, Juan 14:6) es necesario negarnos y tomar nuestra cruz (Lucas 9:22-27). Es solamente cuando hemos sido plantados juntamente con él en la semejanza de su muerte que seremos en la de su resurrección (Romanos 6:5).


II. La respuesta divina

A. La Nube Viene. Esta nube de luz es la manifestación de la presencia de Dios Exodo 19:9; 24:16; 34:5). Esta nube guió a Moisés en el desierto (Exodo 13:21) y llenó el templo cuando se inauguró (2a de Crónicas 5:13,14). Dios Padre responde personalmente al error de Pedro, y da honra y gloria a su Hijo (2a de Pedro 1:17).

B. Moisés y Elías desaparecen. Ellos eran siervos, pero Cristo era más. Por medio de Moisés vino la ley (Juan 1:17). Elías representaba los profetas: el personalmente había llamado a los israelitas a regresar a Dios. Malaquías dice: Acordaos de la ley de Moisés mi siervo, al cual encargué en Horeb ordenanzas y leyes para todo Israel. He aquí, yo os envío el profeta Elías, antes que venga el día de Jehová, grande y terrible. El hará volver el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres, no sea que yo venga y hiera la tierra con maldición (Malaquías 4:4-6). Pero aquí está Cristo: el cumplimiento de la profecía de Moisés que Dios levantaría un profeta último como él (Deuteronomio 18:18). Y Elías por cierto vino: Juan el Bautista era el cumplimiento de esa profecía (Mateo 17:10-13). Y Juan ¿que dijo de sí mismo? Que él vino para preparar el camino de Cristo (Juan 1:19-34). Ellos sirvieron su propósito: pero ese propósito encuentra su cumplimiento en Cristo. Ellos eran siervos, preparativos: el es el Señor por quien estaban preparando.

C. La Voz Anuncia

1. Que Cristo es el Hijo amado de Dios, Lucas 9:35. Esto los distingue de Moisés y Elías. Ellos eran siervos, pero Cristo es el Hijo (Hebreos 3:5,6).

2. Que Dios Padre lo aprueba (Mateo 17:5, 1a de Juan 3:5). Durante toda su vida no ofendió a Dios; en los años de niñez y juventud lo agradó: venció toda tentación y es el hombre perfecto, probado y sin falla ni defecto. Creo que la gloria es testimonio de esto, y la voz lo confirma.

3. Que tienen que escucharle a él. El es el profeta máximo. No pueden compararlo con Moisés y Elías: ellos hablaron por su Espíritu (1a de Pedro 1:10,11; Deuteronomio 18:18,19).


Cristo queda sólo en la montaña. El único hombre perfecto: el profeta sublime: el Hijo de Dios; y a la vez, el compasivo salvador, pues viene, toca a los discípulos, y les dice que no teman (Mateo 17:7).

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  • Ruben
  • D.F., Mexico
  • Soy un cristiano, dedicado a la teología reformada, como la mejor expresión de la enseñanza de la Bíblia, y por lo tanto el sistema teológico que más glorifica a Dios. No soy yo quien aparece en la foto en mi perfil. Pero me gusta como se ve de todos modos.
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